lunes, 9 de febrero de 2009

Suerte de Jaripeo


“Me dicen el 24 entre la gente importante…”

Se arrancó la banda con las primeras canciones. La gente formaba un mosaico multicolor en las tribunas del ruedo y se escuchaba ese bullicio parecido a un zumbido de abejas. El sol de las 5 de la tarde le daba a ese escenario un toque de coliseo romano y el ambiente y la locura no lo hacían parecer nada distinto ni distante. Todos juntos parecían una mole indivisible, pero todos sentían ocupar un lugar y cada cual lo hacía notar a su peculiar manera.

La rechifla hacía evidente el retraso y la presión del “respetable” dió pie al comienzo de la fiesta. Como todo espectáculo que se jacte de ser digno debe seguir algunos protocolos, este comenzó –por fin- con la oración de los jinetes: un momento apoteósico en que el bullicio se calma, los jinetes se despojan del sombrero, el tiempo parece detenerse o disminuir su velocidad, el silencio sólo es interrumpido por la voz resonante del animador que en plan ceremonioso pronuncia las palabras. Una escena que parece ser la maquinaria macabra que seduce y conduce las emociones de todos lo que ahí estan hacía su caprichoso objetivo. Así, en un instante, y como si se hubiese contenido el aire por largo rato, todo explota e inicia con los primeros acordes de una nueva melodía.

Los jinetes uno a uno prueban sus destrezas. Los vendedores de papitas, garbanzos, cacahuates, refrescos, cañas y cerveza hacen lo propio. En el centro del ruedo se suceden las “montas”. Sólo dos jinetes logran la gloria y los aplausos al domar la furia, el miedo y la desesperación de los astados que han luchado por librarse del castigo. En las tribunas, la gente grita, vitorea, se enloquece, se emborracha y no sólo de cerveza, también del éxtasis generado por las emociones de la tarde.

Al igual que las fiestas que terminan cuando alguien enciende la luz, el termino de está se marcó por la caída repentina de la noche que hizo más notoria la pálida luz de la luna llena. Todos emprendían el regreso recordando y comentando las hazañas recién presenciadas con la nostalgia que los conducía de regreso a la parsimonia de su cotidiano vivir. Todos retornaban irremediablemente a ser ellos mismos, aunque, por otro lado, a no serlo del todo. Todos sentían poco a poco como regresaba el peso de la carga que llevan a cuestas, como si algo estuviese decidido a montarles las espaldas y a comenzar otro “jaripeo”.

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